Tu fortaleza mental determinará en una gran medida el nivel de calidad de vida que tendrás. Si eres fuerte mentalmente podrás hacer frente a los reveses que te acechen con un capacidad de repuesta y de recuperación mayor con respecto a quien se considera frágil y ante cualquier revés se bloquee.
Sin embargo, tu mente además de ser tu más valioso aliado puede ser tu mayor enemigo si juega en tu contra. Para el caso que quiero comentar es muy aceptable el símil “mente = gafas”.
[Tweet “Si no eres capaz de ver con unas gafas mal graduadas ¿por qué vivir mal enfocad@?”]
Unas gafas perfectamente graduadas te permiten ver con comodidad y claridad. Sentirte bien. Sin embargo, llevar unas gafas cuya graduación es la incorrecta te hace ver todo borroso y te provocará dolores de cabeza innecesarios.
Del mismo modo, una mente enfocada en aquello que te suma contribuye a potenciar tu autoconcepto de un modo positivo y saludable para ti. Pero si te enfocas en aquello que te hiere o te resta cada segundo que transcurra no es más que una ocasión nueva para dinamitar tu bienestar personal y buscar pruebas (incluso donde no las haya) de características negativas que incorporar a tu propio autoconcepto.
En este error habitual, caemos todas las personas. Tan sólo varía la periodicidad con la que tropezamos en él.
Hay quien dice que si todo te va bien será más difícil que te enfoques en lo malo. Es cierto, sin embargo, la solución para todo esto no es que la vida te salga a pedir de boca. Si tienes una capacidad latente de hacerte daño enfocándote en lo negativo, una vida de ensueño en la que las oportunidades para enfocarte en lo que te reste son limitadas tan sólo ocultará cuán potencialmente peligrosa es tu visión de la vida.
[Tweet “Los peores momentos de tu vida tienen un valor incalculable para ponerte a prueba”]
Por tanto, aunque suene contradictorio, agradece esos momentos sabor hiel que vivas porque son test inequívocos que te ponen a prueba para conocerte y mejorar tu capacidad de resistencia y de adhesión a la felicidad. Sin esos momentos la vida se desarrollaría en piloto automático y, además de ser aburrida, no supondría un reto merecedor de ser vivido.
