Guardiola, el psicólogo de cabecera del FC Barcelona

La elección de Josep Guardiola para entrenar el Barça se antojó un escudo de la directiva más que una decisión estrictamente deportiva. Un técnico con apenas un año en el banquillo y dirigiendo un equipo de Tercera División no parecía la mejor opción para sacar de la depresión a una afición quemada y a un equipo resabiado. Guardiola es un hombre de la casa, que tiene complicidades en los medios de comunicación y el aprecio de buena parte de los socios. Así que escoger a Guardiola por encima de Mourinho, un resultadista que se moría por triunfar en el equipo donde aprendió el oficio, fue interpretado como un número malabar del presidente. Pero el técnico de Santpedor conoce al Barça como pocos y, aun a sabiendas de que la oportunidad le llegaba muy pronto, supo desde el primer momento que no podía dejarla pasar.

El entrenador tenía claro que era la tabla de salvación de un presidente que había estado al borde del KO. Pero pensó que si tenía un poco de suerte podía pasar de ser un salvavidas en mitad del océano a convertirse en un transatlántico navegando a toda máquina. Si una cosa define a Guardiola es su fe en sí mismo. Sabe que dispone de la autoestima suficiente como para que no le tiemblen las piernas en el primer tropiezo. La Liga no empezó bien, pero no se puso nervioso. Y su estilo se empezó a imponer en el vestuario, los jugadores comenzaron a entender su discurso y la afición anda pensando que quizás ha sido la mejor solución posible, más allá del riesgo que comportaba. Después de 10 triunfos seguidos, el Barcelona está casi clasificado en la Champions y a un soplo del liderato en la Liga. La afición, el presidente y el propio Guardiola respiran tranquilos.

Es cierto que el calendario le ha sido favorable en todas las competiciones y que no se ha enfrentado a ningún rival de esos que ponen a prueba el temple del equipo y los nervios del público. Pero también es verdad que todos han ido ganando confianza, victoria a victoria. El mayor mérito de Guardiola hasta el momento, más aún que haber implantado la cultura del esfuerzo en el vestuario, ha sido haber recuperado a un Eto´o desahuciado, haberse ganado a Messi, haber conseguido mantener el estado de gracia de Iniesta y Xavi, y haber descubierto que los canteranos Busquets y Víctor Sánchez son jugadores para el Barça.

El pasado sábado, en la media parte del encuentro con el Almería, me encontré con uno de los hombres que más sufren desde que está Josep Guardiola en el banquillo: su padre. Fue él quien me dijo algo revelador: “Era consciente de que Pep sabía mucho de fútbol, lo que no suponía es que supiera tanto de psicología.” En efecto, el Barça resulta un equipo que se ha pasado buena parte de su historia tumbado en el diván, seguramente porque no es sólo un club de fútbol, sino también una entidad que ha suplido las carencias de poder político de la sociedad catalana. Nadie mejor para manejarlo que alguien que conoce la ansiedad de la afición y las neurosis de los futbolistas. A lo mejor no sólo era un flotador para Laporta, sino una gomona para salvar la salud mental de unos socios que no entendían por qué se había suicidado un equipo campeón.

Así que puede que el invento salga bien. Hoy ya sabemos que Guardiola está demostrando una intachable honradez profesional. Y además ha conseguido el grado de complicidad suficiente en la plantilla para que empecemos a creer que no será un año perdido. Si además es capaz de recuperar a Henry, habrá que hacerle la ola. Hasselbaink decía que el fútbol era tan bello que no entendía por qué los entrenadores lo hacían tan difícil con sus charlas. Los jugadores del Barça no pueden decir lo mismo de Guardiola, que con su discurso inteligible ha sabido convertirse en su psicólogo de cabecera. Y seguramente en el nuestro.

Vía | La Vanguardia

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