La labor de los psicólogos en la tragedia aérea de Madrid

Fase de shock al conocer la noticia. La labor del psicólogo aqui es fundamental.
Fase de shock al conocer la noticia. La labor del psicólogo aquí es fundamental.
Una furgoneta con once personas viajaba ayer tarde desde Huesca a Madrid. Dentro, psicólogos, socorristas y trabajadores sociales acercándose con sus miedos por carretera a la colectiva catástrofe emocional del aeropuerto de Barajas. Pertenecen a la Cruz Roja de Aragón, comunidad que, como otras, envió ayer grupos de voluntarios para recoger del suelo los pedazos de cientos de almas destrozadas por la pérdida de uno o varios seres queridos.
«Los profesionales que no han vivido algo así -dice la trabajadora social de Huesca María Laguarta- preguntan siempre qué van a decir a las familias, están preocupados por cuáles son las palabras más acertadas en una situación así. Y les decimos que lo importante no son las palabras, sino que nos sientan a su lado. Eso les vale», dice con la vista en la carretera.
Cristina estuvo en el 11-M y sabe de lo que habla. A pesar de eso, en la furgoneta charlan sobre lo que se encontrarán al llegar. «Se sufre mucho, porque algo tan inesperado a nosotros también nos crea incertidumbre, miedo y tristeza». «Habrá mucha gente aún en estado de shock, otros intentando aceptar la noticia, algunos incluso curioseando por el lugar, sólo por mirar, de ésos también hay y pueden crear situaciones desagradables». Se preguntan si quedará gente que aún no sepa qué ha pasado con su hermano, su marido, su padre, su hijo… Con la esperanza de que estén en esa pequeña e injusta lista de ‘afortunados’ que todavía luchan por la vida, aunque sea graves, desde la cama del hospital y que en su momento necesitarán también ayuda psicológica. O si ya no.
«Ése es el primer impacto, el más duro, el saber si sigue vivo, porque hay una veintena de supervivientes y la esperanza es lo último que se pierde», comenta Alfredo Guijarro, psicólogo de emergencias del Colegio de Psicólogos de la capital. Contesta a través de su teléfono móvil desde el vagón del metro de Madrid que lo acercaba ayer al aeropuerto, al mismo tiempo que los aragoneses lo hacían por carretera. «Ese momento es traumático, cuando se enteran de que está entre los muertos gritan, lloran, se marean… Y no consiste en mitigarlo, sino en canalizarlo».
También estuvo en el 11-M, terrible escuela en la que muchos ensayaron la mejor manera de ayudar a superar una tragedia de tanta magnitud como aquella y cómo ésta, con al menos 140 muertos, cada uno de ellos con varios familiares que acuden a conocer la suerte de su ser querido. Epicentro de miles de sentimientos compartidos, todos el mismo, algo que puede ayudar o dificultar la tarea de afrontar la noticia. Alfredo piensa en ello mientras el metro avanza: «Sí, existe ese temor a que se genere el efecto dominó, la histeria, a que alguien se derrumbe y que por la proximidad física de tantas personas compartiendo dolor, se derrumben todos a la vez. Lo importante es dales intimidad, aunque sea con mamparas, para que den rienda suelta a sus sentimientos en soledad. Pero también puede ayudar el ver a otros en tu misma situación».
Esos 5 ó 6 segundos
Conocido el fatal desenlace, vienen las preguntas, siempre las mismas: si habrá sufrido; qué habrá pasado por su cabeza en esos 5 o 6 segundos de clarividencia, cuando uno sabe fehacientemente que el avión se va a estrellar; si ya estaba muerto cuando se quemó, si… Y en el fondo, explica Guijarro, buscan que les digan que no, que seguramente no se enteraron. «Es natural, quieren que les digamos que no sufrieron, porque en esa situación te agarras a un clavo ardiendo».
Los miedos que Cristina Laguarta planteaba en la furgoneta son fundados. Guijarro cuenta que fueron muchos los trabajadores que se derrumbaron en el 11-M, especialmente en un momento terrible, el del reconocimiento del cadáver. «Es algo para lo que muchos de nosotros tampoco estamos preparados, cuando entras en una sala con olor a carne quemada ya no se te olvidará en tu vida. Así que imagina lo que eso debe suponer para los familiares. Muchos quieren verles, pero hay que quitarles esa idea de la cabeza». Guijarro confiesa cómo, tras hablar con el grupo familiar, eligen al que parece más fuerte y le van «preparando». «Les hablamos de lo que se van a encontrar allí dentro, del estado en el que se encuentra el cuerpo, y para ello les enseñamos pequeñas fotografías». Después, en ese preciso momento en el que la sábana se retira, «habrá que agarrarle del hombro, de la mano y llorar con él».
Su compañero Eduardo Samper, otro psicólogo de Madrid, revela que hay diferentes escalas de afectación, y que un accidente aéreo con múltiples víctimas y cadáveres carbonizados o destrozados, alcanza uno de los niveles más altos. «Aunque en accidentes aéreos, como éste o el del Yak 42 -él estuvo allí y también, cómo no, en los trenes de Madrid- es más sencilla la aceptación, les dices que es cosa del azar, que les tocó a ellos. Pero con las víctimas del terrorismo no estan fácil, te preguntan una y otra vez por qué alguien les hizo algo así». «Somos un instrumento para ellos: llegamos, nos identificamos y vuelcan en nosotros sus preocupaciones, te consultan la manera de decírselo a los niños o a los mayores…».
«Y lloran en tu hombro, claro», dice Samper, que reconoce lo difícil que les resulta a veces a estos profesionales controlarse. «Te afecta y mucho, tienes que tener estrategias para actuar. Y aquí la experiencia es un grado». Nahikari Rueda la posee porque colabora con la DYA de Vizcaya en casos de accidentes de tráfico. «Lo importante es escucharles todo el rato, hacer caso de lo que tengan necesidad de decir. Les ayudas con el papeleo, la burocracia. Y hay que confrontarles con la realidad de lo que ha sucedido, porque en muchos casos lo primero es la negación». A partir de ahí, de la aceptación, puede comenzar el proceso de duelo, que, en este caso, por la dureza y el factor sorpresa, se denomina ‘patológico’.
Miguel Gutiérrez, jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Santiago, explica que en el duelo «no hay nada matemático, cada persona es un mundo. Habrá familiares que necesiten ayuda y otros que no. Y habrá quien lo supere en meses, otros en dos años, y hay pérdidas que no se superan en toda la vida».

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