Cuando una persona acude a consulta (llamémosle a partir de ahora “paciente”, en mi caso un término totalmente más que adecuado porque es rara la ocasión en que el paciente acude a su cita conmigo y no ha de esperar a que termine con la consulta anterior en la que me he alargado más de la cuenta) ha de llegar extramotivada por salir de su problemática.
Esta dosis de motivación nace del alto grado de incapacidad para disfrutar de su día a día por el que atraviesa. A veces el paciente sabe qué le pasa (“ansiedad” es un término muy frecuente en labios del paciente) y en otras lo desconoce. Igualmente, siempre es labor del terapeuta hilar todos los acontecimientos para no explicar el por qué sucede sino cómo superarla.
Creo en la capacidad terapéutica de las personas. Es algo que veo a diario. No obstante, también creo en los autoboicots que cada uno de nosotros mismos realizamos día a día. Sin ir más lejos, muchos pacientes acuden a consulta buscando una excusa para no cambiar y un culpable en el que personalizar este no cambio, que suele ser el psicólogo.
Cuando un paciente te pide garantías de que saldrá de su situación te está responsabilizando de su día a día. Te está haciendo responsable de su cambio y ahí es donde está la trampa. Si le dices a un paciente que le garantizas la sanación, le estás dando carta blanca para que a su criterio (tras 2, 3 ó 4 sesiones) autoconcluya que la terapia no tiene resultados porque no ha remitido su dolencia y, por ende, tiene la excusa perfecta para dejar una terapia que no evoluciona en pos de alcanzar metas terapéuticas.
En resumen, hay psicólogos buenos y malos y pacientes cobardes. Mi consejo para el lector es que, según corresponda, sea un psicólogo bueno (y comedido) y un paciente valiente (y responsable).