Es temprano. Dos personas se encuentran. Se saludan. “Buenos días. ¿Qué tal?”, le pregunta uno. “Bien. ¿Y tú?”, le contesta el otro. Aquí tenemos las primeras mentiras del día. Sí, porque es muy posible que estas dos personas se lleven mal. Que a una no le importe en absoluto saber cómo le va la vida a su interlocutor y menos aún desearle un día estupendo. La buena educación, el saber estar, nos aconsejan que en ciertas circunstancias es mejor no decir la verdad.
Para ser precisos, estas no son mentiras en sentido estricto. No hay fraude, no hay engaño. En este diálogo, los protagonistas saben que son frases que se dicen por decir, aceptadas por la mayoría como herramienta de convivencia. Lo dijo Oscar Wilde: “Quien dijo la primera mentira fundó la sociedad civil”. Como alternativa, podrían comportarse como el Misántropo de Molière: ser importunos, ofensivos o crueles con frases del tipo “Qué gordo estás”. Hay cosas que en sociedad no está bien decir. Mejor fingir. Es lo que el poeta barroco napolitano Torquato Accetto llamaba “disimulación honesta”.
Son muchas las situaciones en las que ocultamos la verdad. Más a menudo de lo que imaginamos. Ignacio Mendiola, sociólogo profesor de la Universidad del País Vasco y autor del libro Elogio de la mentira (Lengua de Trapo ed.) recuerda: “Se trata de una practica cotidiana. Lo queramos o no. Pese a la condena moral, es un hecho incuestionable. Lo necesitamos para vivir. Es imprescindible. Siempre hay un elemento de fi cción cuando contamos la realidad a alguien. La mentira, de alguna manera, es un refugio y un lubricante de las relaciones humanas”.
Según una encuesta llevada a cabo por el rotativo británico Daily Mail,con un promedio de cuatro por día, serían unas 100.000 las mentiras que pronunciaremos a lo largo de nuestra vida.
¿Por qué no decimos la verdad? Se miente para eludir responsabilidades, para obtener cierto placer, ya que el mentiroso se siente más listo que los demás; por inseguridad y desconfi anza en nuestra capacidad de ser aceptados como somos; para evitar un castigo; para acercarnos a nuestro interlocutor; para sentir que controlamos la situación. Desde un punto de vista fi siológico, correr cierto riesgo de ser descubierto favorece la aparición de adrenalina (y un subidón por no tener que afrontar la situación que se ha evitado con la mentira). Asimismo, se produce un cambio del tono de voz, dilatación de las pupilas, se tiende a evitar la mirada de la persona que tenemos en frente, el cuerpo se vuelve algo más rígido.
El psicólogo de la Universidad de Massachusetts Robert Feldman cree que la mentira está relacionada con la falta de autoconfianza. “En cuanto la gente ve su autoestima amenazada, empieza a ocultar la verdad”. Su estudio comprobó que el 60% de los encuestados mintió por lo menos una vez en una conversación de diez minutos. “El problema es que queremos mantener una imagen de nosotros mismos que encaje con la que los otros quisieran que tuviéramos. Queremos gustar”, apunta. “Una de las claves es la tendencia a centrarse en el corto plazo. El mentiroso salva su propia imagen en ese momento, pese a que el engaño pueda ser destapado el futuro”, alerta Jennifer Argo, de la Unversidad de Albert. Por supuesto, hay los que se jactan de no mentir nunca. Por ética, pero también por miedo, por pereza (hay que saber gestionar una mentira en el tiempo), por orgullo (los que presumen de ser honestos). Pero decir una mentira no es necesariamente una prueba de debilidad, sino todo lo contrario. Sin la posibilidad de mentir la humanidad no hubiera nunca conocido la cultura, que es en cierto modo una forma de no resignación a la realidad. Andrea Tagliacarne, profesor de Filosofía de la Universidad San Raffaele de Milán y autor del libro Filosofia della bugia (Mondadori ed.) [ Filosofía de la mentira]: recuerda que “para mentir se precisa inteligencia. De entrada, supone el conocimiento de la verdad. Luego, la mentira tiene una estructura más compleja, de tipo teatral. Supone entender la expectativa de quien la escucha, entrar en la mente del interlocutor”. En este sentido, el mentiroso no sólo es un expositor de hechos, sino un creador. Mentira viene del latín mens, mente.
Son numerosos los intelectuales que han defendido la mentira. Para Platón, “mentir de forma consciente y voluntariamente tiene más valor que decir la verdad de forma involuntaria”. Los griegos elogiaban los mentirosos: Ulises fue incluso alabado por los dioses por ello. Maquiavelo sostenía que la mentira era legítima para fi nes políticos. Leo Strauss hizo hincapié en la necesidad de mentir para defender una posición estratégica o ayudar a la diplomacia. Y Nietzsche sostenía que el intelecto, como medio de conservación del individuo, despliega sus fuerzas en la fi cción. La literatura, de alguna manera, también es una mentira. El escritor Javier Marías en una ocasión subrayó la “imposibilidad de contar nada acaecido, real de manera absolutamente segura, veraz, objetiva, completa y defi nitiva”.
De hecho, las investigaciones científicas confi rman que mentir supone un esfuerzo creativo. Un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, dirigido por el profesor Daniel Langleben gracias a la resonancia magnética funcional (fRMI), ha demostrado que el cerebro siempre está listo para decir la verdad y que para mentir precisa organizarse. Nuestra materia gris tiene que hacer un trabajo extra cuando va a engañar: se activan zonas del córtex frontal (que desempeñan un papel en la atención y concentración), además de otra área del cerebro responsable de vigilar posibles errores.
Hay circunstancias en las que mentir es tolerado por la comunidad. Como si la sociedad apreciara este esfuerzo. Pongamos el caso del vendedor de coches: para promocionar su vehículo, exagerará algunas virtudes del producto. Pero no hay obligación legal de decir exactamente la verdad (lo mismo ocurre con la publicidad), salvo los casos manifi estos de fraude. Hasta se podría decir que quien sabe mentir mejor es el que tendrá más éxito, porque conseguirá que se lleve a cabo la venta.
Hay veces en que no decir la verdad no sólo no está mal visto, sino que es aconsejable. Algunas mentiras preservan nuestra intimidad, del dolor, e incluso de la muerte. Son las mentiras blancas. En ciertas circunstancias, fuera del ámbito ético, la mentira tiene que valorarse en lo que es útil y ventajoso para la vida. Por ejemplo, cuando un individuo esconde en casa a un fugitivo objeto de persecuciones raciales. O cuando se oculta a una persona a punto de morir una trágica noticia sobre un pariente. Es emblemático Roberto Benigni en la película La vida es bella:miente a su hijo pequeño sobre la realidad del campo de concentración al contarle que se trata de un juego. “En estos casos la persona no está en condiciones de decir la verdad, que resultaría insoportable de escuchar para el otro”, dice Maria Bettetini, autora del libro Breve historia de la mentira(Cátedra Ed.). Este dilema moral ha dado lugar a un amplio debate. Algunos pensadores de la edad media sostenían que incluso en estos ejemplos extremos habría que callarse, hacer como si no entendiéramos, recurrir a la astucia. Kant decía que hay que decir siempre la verdad, por miedo a romper el consenso social. Pero a partir del siglo XIX empezó a verse la mentira como mal menor. “Cuando se traiciona la realidad, es porque uno se ve capaz de aguantar este peso. Sólo confi esan los que ya no pueden vivir con este secreto” dice Bettetini. Paradójicamente, en estos casos, decir la verdad se convierte en una muestra de debilidad.
Y por supuesto, mentimos por amor. Como canta Joaquin Sabina: “Y así fue como aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir, que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”. Signifi cativo también es lo que ocurre en el cuento de Quim Monzó Con el corazón en la mano,donde una pareja se jura sinceridad para siempre. Justo después, al entablar la primera conversación, ven que es imposible y acaban dejando la relación al cabo de unos minutos.
Pero es cierto que no decir la verdad conlleva consecuencias. Según el psicólogo clínico del Centro Ramon Llull de Zaragoza José Luis Catalán, “la mentira tiene un efecto colateral, siempre. Las relaciones personales empiezan a envenenarse”. En particular, cuando el mentiroso se convierte en compulsivo empiezan los problemas. “Vive un trastorno de ansiedad. Cuantas más mentiras, más ansias. Como el cleptómano que roba sin necesidad, los que padecen esta patología no dicen la verdad por hábito. El enfermo ya no es capaz de distinguir la realidad”. Cita casos que ha tratado, como un hombre que se casó decenas de veces por el dinero de sus esposas. “Para mentir tanto y que no se note hay que hacer lo mismo que un actor que representa a un personaje y quiere resultar creíble, hasta el punto de que se confunde y se olvida de quién es realmente”, afi rma este psicólogo. Cuando la costumbre a mentir acaba en patología, la distinción entre realidad y mentira se diluye. El mentiroso acaba creyéndose sus delirios. Como el Valmont en Las amistades peligrosas,que de tanto fi ngir estar enamorado, se enamora de verdad. En el peor de los casos, los recuerdos incluso empiezan a fallar y engañan: es la memoria falsa. Uno empieza a creer que las cosas fueron como las contó y no como ocurrieron. Como explica Tagliapietra, “quien tiene poca memoria se olvida de la verdad, pero nunca de las mentiras”. Esta es la pura verdad.
muy buen informe.. es necesario mentir, ademas es innebitable
Genial!
Las personas necesitan la mentira para relacionarse, en la educación, en la cultura, en la igualdad entre géneros, en la equidad de oportunidades, en el amor sin dinero, en el esfuerzo como base del progreso personal, en cualquier cosa. La cuestión es engañarse a sí mismo, porque no hay condiciones en su esencia social para cambiar a la ciudadanía. Todo es un cúmulo de mentiras, no hay que creerse todo lo que veamos, es como si la gente tuviera un rollo de mentiras como el papel higiénico, y las fueran utilizando cuando les pareciera adecuado, y cuando ya no sirvieran las tiran al inodoro.
Cada uno escoge el conjunto de mentiras que les parece bien en cada momento que les viene bien y vive su vida con ellas porque les conviene para salir adelante, y considera que son mejores que las mentiras que han elegido los demás. La gente cree lo que le interesa creer, nada es lo que parece, ni el mejor es el que más gana, ni el peor es el más marginado. Está todo manipulado, porque el en sistema se destruye un prejuicio y crean uno nuevo en seguida, no se puede vivir sin ellos, para consolarse la gente de su vulgaridad y mediocridad.
Por eso mentir, es la estrategia más común que usan las personas que quieren hacerse valer ante los demás, o hacerse superiores en una cualidad que no tienen, es un engaño por vanidad, sin tener que pasar por los inconvenientes y dedicación de años y años de duro trabajo para conseguirlo con talento, aunque corren el riesgo de ser descubiertos y tener que pagar un alto precio por ello, se trata en realidad de que quieren pasar por lo que no son. Aunque la noción del riesgo es consustancial en las relaciones humanas en esta parte de la historia que nos ha tocado vivir como medio para progresar aún mintiendo si es necesario. Es cuando una persona no ha tenido suerte en su vida y no ha conseguido nada significativo, entonces recurre a la mentira por exageración para darse más importancia de la que tiene, o simplemente para llamar la atención.
En esto, se asemeja a algo parecido a la persona que pregona rumores falsos o insidias de otros, para hacer de menos y desprestigiar a las personas a las que envidia, por cualquier motivo, con el riesgo de poder ser pillado y su conducta ser desvelada, y al final que todo pueda ir en su contra, desprestigiándole ante los que quería influir positivamente a su favor.
Mientras que la persona que dice la verdad siempre, no tiene porque preocuparse por la versión que da de sus anécdotas y los hechos vividos, porque los transcribe al dictado de su memoria, y generalmente no cambia los hechos, raramente se contradice a sí mismo a no ser que esté desequilibrado. Aunque la memoria mejore el recuerdo optimando el pasado, pero en general no llega nunca a desmentirse y contradecirse. Lo importante no es muchas veces lo que pretendamos, sino en la forma en que hemos influido en los demás, en sus vidas. El problema es que siempre queremos que el recuerdo sea precioso y permanente, y cuando viene lo malo es como si lo maravilloso no hubiese existido, es algo consustancial a la mente. Sin embargo, el mentiroso debe de estar continuamente pendiente de que versión da de su pasado, para que resulte coherente con la escuchada por cada persona ante la que ha presumido de algo. Cuanto más se cae en la tentación de mentir, más difícil resulta controlar la gran cantidad de ramificaciones que surgen en el futuro, y la abundante base de datos de las versiones dadas y más difícil resulta comentar, repetir o seguir con coherencia lo dicho con anterioridad, de forma que los detalles terminan siendo contradictorios.
La congruencia es el sobrepeso a cargar en exceso de las mentes debiles embusteras. Cuanto más se miente más hay que seguir mintiendo para tapar las mentiras anteriores, creándose con el tiempo una bola tremenda que no se puede controlar, por eso los mentirosos tienen que tener una memoria grandiosa, para saber lo que han dicho en cada momento y a quién se lo han dicho.
Tiene su mérito saber mentir bien, son muy pocos los privilegiados que lo pueden hacer sin coste para ellos, por sus grandes dotes mentales de retentiva y memoria. A veces es apropiado mentir bien para dar lecciones de humildad a las personas que se creen superiores y para bajarles su soberbia. La humildad está unida a la verdad, y la soberbia a la mentira, porque siendo humildes nos ayuda a mirar sin prejuicios el mundo que nos rodea.
El hábito de mentir si pasa un cierto limite, se puede transformar en un trastorno de la personalidad extraordinariamente grave para la persona que lo padece, como un acto inconsciente en virtud de rutinas, y cuando se olvidan los motivos por los que se crearon las mentiras, es cuando adquieren el sentimiento de verdades. Algunas personas mienten más que respiran. En muchos casos, lo práctican descaradamente. Modifican horas, sucesos, lugares, nombres, fechas. Lo peor de esta situación, es que se terminan creyendo sus propias mentiras. Inventan un mundo paralelo en el que imponen sus propias normas fuera de la realidad. Creen que así todo está bajo su control.
Es muy común en los tiempos que corren, como un enfermedad que provoca adicción como una droga de la que es muy complicado librarse, que es una compulsión de imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia, en base a causar una impresión de admiración ante las personas con las que se relaciona, un delirio que la persona al principio sabe que lo puede controlar, pero con el tiempo se apodera de su personalidad. Ese ímpetu por impresionar, está basado en la imperiosa necesidad de resultar valiosos e geniales por medios engañosos, puede tener malas consecuencias, ya que por los medios naturales de la simpatía, de proceder elegantemente, y de ser espontáneos, no lo podrían conseguir nunca. Porque reflejan, por un lado, la ambición de ser dignos de amor y de respeto, que es lo que nos distingue de los animales, en ello se pone de manifiesto la profunda duda de no ser dignos de ser queridos, se esfuerzan en mentir por esa carencia de afecto, en base a la distancia, la dureza, el aislamiento y la falta de adaptación que padecen, y que en consecuencia, asemejan pruebas de algún tipo de minusvalía personal.
Otras veces se miente como falsa modestia, haciéndose pasar por alguien con una condición, origen, cultura, formación, riqueza, inferior a la que realmente tiene, con el objeto de sonsacar o engañar a alguien para utilizarlo y manipularlo, y conseguir información de esa persona con la que poder atacarla en el futuro. Este es el tipo de mentira que has utilizado tú Idoia contra mí en las cartas anteriores, con el fin de corregir, juzgar, valorar, y regañar a alguien que no te ha pedido tu opinión al respecto, porque en realidad nunca has tenido la intención clara de formalizar una relación seria conmigo, por considerarme inferior a priori. Sin querer llegar a conocerme de verdad, cortando cualquier atavío de relación poniendo excusas vanas e inútiles. Cuando las personas mienten de esta forma, en realidad no reflejan ante los demás humildad y sencillez, sino todo lo contrario, son profundamente soberbias y muy subidas en su valía y excelencia personal. Se creen superiores tanto en exceso que usan la manipulación y la mentira, para empequeñecer y hacer insignificantes a las personas con las que se relacionan. Las personas humildes hablan mucho sin miedo a las consecuencias, dicen la verdad con el corazón, los vanidosos se vigilan entre ellos y hablan poco porque son temerosos a lo que pueda pasar e incluso disimulan continuamente. Es fundamental defender el sentido de la respetabilidad con decisión y energía, eligiendo apasionadamente la corrección y la sencillez. Seguramente sean las personas que mienten por creerse superiores por soberbia las más dañinas y falsas que existen, por el daño que provocan minusvalorando y despreciando a todos con los que se relacionan, incluso mucho más que el mentiroso fantasioso que se inventa un mundo de ilusión y de valía personal que no existe, mintiendo sistemáticamente, para impresionar a alguien que le gusta y así de esa forma intentar cubrir sus necesidades afectivas.
Los mentirosos fantasiosos mienten con una facilidad pasmosa, ya sea por interés, o ya por una absoluta y cínica falta de respeto a la verdad. Mentir para ellos se ha transformado en un estilo de vida diferente, porque muchas veces sin darse cuenta han tupido una red compleja de información falsa sobre sí mismos, y luego están atrapados sin saber cómo escapar de todo ese enredo para encontrar la verdad. Con cierta fascinación ciega hacia la mentira que les atrapa sin después saber ni poder salir de ella. Llevando hasta el límite el cinismo de no reconocer los hechos, negando lo evidente y creando confusión a los que envuelven con sus mentiras, y hasta creyéndose ellos mismos sus fantasiosas creaciones. Al desenmascararlos, se vuelven violentos, sobreviene un gran discusión. Te contestan, “no recuerdo haberte dicho eso”, “eso nunca sucedió así como tú expones, yo no pude haber hecho esa cosa”,“yo tengo razón y tú no tienes ni parajera idea”. Se ponen irrascibles, si los enfrentamos con los hechos tal como sucedieron. Sus relaciones personales sufren. Como una mitomanía, como una tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciendo la realidad de lo que exponen. Transforman y maquillan con mucho arte la propia idea que tiene de sí mismo, magnificándola como un delirio de grandeza que se apodera de su personalidad, o simplemente disfrazando sus origenes humildes con mentiras de todo tipo sobre su estirpe noble o de categoría social alta, de manera que llegan realmente a creerse su propia película, y terminan por establecer para siempre una gran distancia entre la imagen que tienen de sí mismos y la imagen real. Toman la simplificación y la desviación de su realidad, para querer apropiarse de la atención y aprecio ajeno para sí mismos, sin haber hecho nada valioso para lograrlo, porque tiene la impaciencia de llegar a los demás antes de lo que les corresponde por sus actitudes y aptitudes. Por eso poseen un control excesivamente riguroso sobre sus mentiras, encadenan unas tras otras, creando versiones nuevas para tapar cualquier evidencia que pudiera dejar al descubierto sus invenciones. Porque el objetivo de sus engaños no son las mentiras en sí mismas, sino tener bajo control a los que se relacionan con ellos, para que no se les vaya la situación de las manos, y que no haya adversidad ninguna para sus objetivos que no siempre son muy claros. Olvidan o desconocen, que la capacidad de aplazar la gratificación y el premio, es el fundamento del desarrollo de la inteligencia y la consecución de resultados. Por la vía del fácil engaño a sí mismos, utilizan las palabras que son cómodos artificios de los hechos, en vez de ser sinceros, tal vez mucho más modesto de lo que su ambición soporta, pero al final no hay atajo sin trabajo en exceso, y le termina saliendo el tiro por la culata. La excesiva pretensión de ser más de lo que es posible, no deja de ser más que un camino directo para su fracaso. No se conforman con ser una persona cualquiera, porque se ven a sí mismos con excesivo desinterés y falta de lazos con su entorno, sino que desean ser siempre unas personalidades de primera magnificencia, de esas que los demás admiran fascinados y envidiosos. Copian literalmente punto por punto sin añadir anda nuevo los trabajos hechos por otros y los toma como propios, y también mintiendo sobre lo que hacen bien y el talento que tienen y no es cierto, llevan a cabo algo que les proporcionan placer suplantando a otros que realmente valen. Imaginando que son más de lo que realmente son, más guapos, más inteligentes, más atractivos, con más carreras universitarias, quieren ser más altos de lo que realmente son, y por eso muchos se ponen plataformas o cuñas dentro de los zapatos, y suelen asegurar que tienen actitudes y destrezas extraordinarias que en realidad no tienen. Siempre intentan seducir a las personas más bellas que no le corresponden y pertenecen a los más acaudalados porque la belleza se paga. Se sienten más a gusto así consigo mismos, que asumir la pesadumbre de ser sólo fantasías que nunca desea terminar y eliminar, y que puede convertirse en idílica exquisitez para satisfacer necesidades, que de una forma engañosa, nunca llegará a ser completa, pero que a base de engaño tras engaño, fantasía tras fantasía, le hace sentir el sueño tan real que casi lo puede creer ellos mismos como cierto y tocarlo con sus manos. Lo que les gustaría hacer, lo que en ensueños les promete utópicamente, lo que según sus cálculos inflados seguramente no les pasará jamás, puede hacerles adelantarse tanto en el tiempo, y que disfrute precipitadamente de lo que todavía no son ni tienen, y todo ello les dispone muy mal para el desastre de sus vanas ilusiones y esperanzas, durante el transcurso despiadado de sus vida. La impaciencia les obliga a actuar sin preparación, y al no respetar el tempo que necesitan las cosas para realizarse bien, introducen un cambio en los ritmos comunicativos que altera, sin duda sus vidas emocionales. Ese deseo impaciente, les ocasiona ansiedad que es la emoción propia de los mentirosos, y que es también una característica de nuestra cultura actual. También les provoca agresividad, fomentada por un sistema en el que los deseos son insaciables, en un mundo en el que la lucha, la apariencia, la competencia es el único motor de su existencia. Además, la prisa que necesitan por escalar socialmente, se opone muchas veces a que sientan ternura por nadie, y no pueden entregarse a otra persona más que a sí mismo, al carecer del control del tiempo para la propia manifestación de sus sentimientos. Los mentirosos no saben amar. El amor está en la verdad y en quien vive con ella. Este batacazo no le suele suceder a quien vive con la verdad de lo que es, pisando fuerte por donde va. Es quien lucha por mejorar en cada momento, y se muestra sincero consigo mismo, y sobre todo de quien en la subida de cada escalón de la pirámide social, su mirada alcanza al peldaño de arriba sólo cuando ha mirado bien que ha subido el anterior firmemente, consolidando lo conseguido.
El problema del mentiroso, es que para mentir tanto y que no se perciba, tiene que transformarse a sí mismo en otra persona, y tiene que hacer lo mismo que un actor que representa un personaje que quiere resultar creíble, y por lo tanto, tiene que dedicar tanto tiempo y esmero en el desempeño de su actuación, que se transforma en el personaje ficticio. El mentir puede ocasionar un aislamiento emocional muy importante, aunque aparentemente esté bien relacionado el mentiroso, es tanta la energía que tiene que emplear para apoyar algo que no es cierto, que la persona queda extasiada, y se encierra aún más en sí misma, lo que la separa del resto de la gente. Los embusteros son los mejores actores porque ponen un gran empeño en ello, como si se tuvieran que cambiar en esa nueva persona que representan, como si tuvieran doble personalidad, para que realmente haga que se confundan con el personaje que interpretan, y al final de tanto mentir se olvida de quien es realmente, se olvida de sí mismo y de quien es y lo que es, es decir que se confunde con su propio personaje. Es un enorme desgaste por miedo a ser descubierto. Porque el personaje al que interpreta suplanta a su Yo, y le exige mucha atención y un estrés permanente, con lo que su personalidad se instala en una base inauténtica que es muy peligrosa. Para algunas personas este temor a ser pillados llega a ser un gran aliciente, ya que están en permanente examen de su inteligencia y la comparan con las que mienten, y se preguntan a sí mismos, ¿se darán cuenta que lo que digo no es cierto? ¿les llegaré a mentir siempre? Es como un juego perverso, su adrenalina que circula por su cuerpo, es similar a las de los adictos a los estupefacientes. Creen que pueden dejar de mentir cuando les dé la gana, pero no es cierto porque se hunden cada vez más en sus mentiras y en las historias que crean. Esperan que los demás no se den cuenta del grave problema que les aqueja. Las adulaciones, los méritos y valoraciones que consiga de los demás con sus artimañas manipuladoras, en realidad nunca las podrá disfrutar, porque en realidad, sabe que no están dirigidos al Yo auténtico, sino al falso, al personaje de ficción por él creado, con lo cual no consigue jamás sentir lo que le gustaría sentir, sus dobles vínculos con la doble personalidad que se ha creado, le impiden saborear sus triunfos, no puede jamás disfrutar de sus propios logros personales. Y como las ansias desorbitadas de mérito y reconocimiento, nunca se sacian por este autoengaño, cada vez está la persona más embebida de su propia mentira, con más ansiedad e insatisfecha de sus resultados, porque se ha creado una realidad paralela, un mundo artificial, y cada vez más encuentra motivos para sanarse con la misma medicina que le agrava más cada vez, ósea seguir mintiendo cada vez más. Y la bola se hace cada vez más gorda que puede ocasionarle graves problemas mentales. Lo que debe plantearse el mentiroso, es su oculto desánimo que le lleva a fábular, su progresiva indolencia que simular produce en él, y luchar por salir de esa prisión creada por él mismo para querer ser alguien importante.
La mayor parte de los comportamientos humanos están basados en el arte de la simulación, en aparentar lo que no se es, en parecer, en hacer lo que en realidad no se hace. El problema es mentir tanto que se pase de rosca en la actuación de simular, porque el deseo delirante del mentiroso de querer caer bien a todo el mundo demostrando de que quiere ser el mejor, produce el efecto contrario de que los demás se decepcionen, y al final siempre se sienten despreciados y se disgustan a cada momento por los comportamientos ajenos.
En la vida hay personas a las que caemos mejor o peor, a las que caemos simpáticos y otras a las que caemos muy mal sin saber por qué. Y esto viene relacionado, con el hecho de que si pretendemos caer bien a los que les caemos antipáticos y cambiamos nuestra manera de proceder, para que nos aprecien y cambien su opinión sobre nosotros a bien. Es un gran error porque dejamos de ser nosotros mismo, y además el esfuerzo sería inutil, ya que cuando a alguien le caes antipático, hagas lo que hagas te miran con malos ojos, y lo estropeas más cambiando. Lo mismo sucede con los que caemos simpáticos, y nos quieren sin motivo, hagamos lo que hagamos les parecerá bien todo y nos admitiran nuestros errores y como somos. Yo procuro ser yo siempre, y supongo que a veces sin darme cuenta puedo parecer otra persona, pero eso es un error sin intención de engañar… Pero si a veces no sé ni lo que soy o lo que pretendo, ¿cómo voy a pretender hacerme pasar por lo que no soy?… ¡Vaya trabajo inútil el querer pasar por lo que no eres! ¿O no?… porque la verdad al final siempre sale adelante…
Solamente los estúpidos mentirosos quieren que todo el mundo les valore, no entienden que no se puede caer bien a la inmensa mayoría de la gente. Porque han generando una profunda desconfianza muy difícil de superar en las personas que tratan con esa manera de proceder, a las que pretenden impresionar. La mitad de la gente nos querrá, hagamos lo que hagamos, y la otra mitad nos despreciará o les resultaremos indiferentes, en cualquier circunstancia. No hay nada mejor que vivir en la realidad y aceptarla, es sano, acerca la tan deseada tranquilidad mental y emocional… Piénsese por ejemplo, lo difícil que es olvidar que nuestra pareja nos ha engañado durante años con otras personas, que ha hecho una doble vida teniendo una doble personalidad oculta, o que nos ha mentido sistemáticamente durante nuestra relación común entre ambos. Pues se siente exactamente lo mismo con el mentiroso.
ARTURO KORTAZAR AZPILIKUETA MARTIKORENA
[…] Para ver todo el artículo : http://fjnavas.wordpress.com/2008/07/04/la-mentira/ (a mi me parece muy interesante, por eso lo tomé […]
Ignacio mendiola idazle handia, bai oixe. Ignacio APROBANOS!!!!!
Dicen que cuando alguien te miente de frente tiende a mirar a su lado derecho; Esto es cierto?
Sí Armandoo. Pero eso no implica que siempre que mires a la derecha mientas. Como todo, se puede falsear si se conoce la teoría. Si te interesa el tema de la mentira y sus detectores faciales, te aconsejo que veas LIE TO ME, de la cual tienes un artículo y los links de descarga en la Revista
http://fjnavas.wordpress.com/2009/03/10/lie-to-me-el-lnv-como-eje-de-una-serie-de-tv/
Un saludo!
EL INFORME ESTA MUY BUENO PERO DESDE MI PUNTO DE VISTA LA MENTIRA ES UNA MIERDA Y NO HACE FALTA HACERLO POR QUE DECIR SIEMPRE LA VERDAD PESE A LAS CIRCUNSTANCIA NOS CREA MEJORES COMO PERSONAS Y ALIMENTAN NUESTROS VALORES.
EL RECORTE DEL TEXTO QUE DICE “mentir, es la estrategia más común que usan las personas que quieren hacerse valer ante los demás, o hacerse superiores en una cualidad que no tienen ” ESOS SON PERSONAS INFELICES E INCAPACES DE LOGRAR SU PROPIA META LO CUAL NO HACE FLATA MENTIRA PARA PODER TRINFAR.
MUY BUENO LOS ARGUMENTOS…
FER