Toda la vida, desde que tengo uso de memoria, mordiéndome las uñas (“onicofagia” en términos clínicos). Era algo automático en mí. Estar nervioso y morderme las uñas. Recuerdo cuánto me dolían los dedos en época de exámenes. Un mes sin parar de morderme las uñas hacía que terminara con dolor de dedos, la uña prácticamente comida, los dedos enrojecidos.
Recuerdo que cuando empecé a trabajar me avergonzaba de mis dedos y los escondía bajo las palmas de la mano. Ese truco me funcionó hasta hace poco. En mitad de una sesión una paciente me dijo: “No sabía que te mordías las uñas”. Me habían pillado. A modo de broma la dije: “Debería dejar de mordérmelas. No creo que hable bien de un psicólogo tener estas uñas de desquiciado”. Como siempre, el humor era una buena salida y me sirvió para proyectar. Lo que realmente me desquiciaba era seguir mordiéndomelas pero por fin tenía un motivo para dejar de hacerlo: me habían pillado.
Fue mucho más sencillo de lo que podía imaginar. La mente, como siempre digo, es un músculo que hay que entrenar y yo tenía la mía muy entrenada de haber trabajado conmigo el tema del control y pérdida de peso, la ansiedad ante situaciones que exigían de mí el máximo, los dolores físicos que sufrí al empezar a practicar running y la mejora de mi rendimiento deportivo. Esto hizo que con una sesión de autohipnosis la maquinaria mental se pusiera en funcionamiento de mi deseo de dejar de morderme las uñas. Se juntaban todos los elementos ya que volvería a ver a la misma paciente tras una semana, por lo que tenía una buena ocasión de obtener refuerzo externo a mi esfuerzo. Y así fue.
Esto sucedió a comienzos de diciembre y desde entonces no me las he mordido. Cuando estoy nervioso me llevo el dedo a la boca pero mediante el anclaje que trabajé la ansiedad baja inmediatamente al notar el contacto del dedo contra el labio o diente.
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