Adaptarse a las circunstancias
Una de las grandezas y miserias de la terapia psicológica es que el terapeuta se ve enfrascado en la realidad de su paciente, de modo que los sucesos inoportunos de la vida de esta persona afectan al terapeuta. Me explico. Si al paciente con el que pasas terapia le cambian de trabajo, eso afecta al terapeuta, no directamente, pero sí indirectamente al desarrollo de las sesiones, el planning semanal de tareas, la generación de motivaciones puesta en marcha desde el comienzo de sesiones, la carga de objetivos, la relación paciente – terapeuta…
Pacientes a los que hay que decir que no
Hay pacientes que te piden una justificación o una garantía de que les podrás ayudar. A estos hay que decirles el primer día de sesión que no quieres trabajar con ellos porque si les das una garantía sólo les estarás dando un motivo para justificar que no progresan tan bien como creían (dar una garantía es muy tentador, cada paciente imagina que esa garantía le supone un efecto mágico e instantáneo en su curso terapéutico y estas expectativas jamás se cumplen).
Existe otro caso en el que siempre digo que no quiero trabajar con un paciente. Este caso se da cuando el paciente ha dejado de venir a alguna de mis sesiones y no me ha dado un motivo justificado; o bien si me ha avisado de su ausencia en una sesión pero no se ha esforzado en cerrar una nueva fecha según mi disponibilidad. ¿Traducción? Esta persona no está interesada. Esta persona no necesita terapia, no porque no le haga falta (que casi siempre es lo que necesitan) sino porque cree que no la necesita y, por tanto, acudir a terapia es una pérdida de tiempo para paciente y terapeuta porque esa persona no se esforzará en lograr un cambio, ya que según ella está bien. A estas personas hay que desecharlas, al menos, mientras mantengan un nivel de motivación tan ínfimo por los beneficios de acudir a terapia.
A estos pacientes hay que darles todas las facilidades posibles
El caso diametralmente opuesto es el del paciente que quiere acudir a terapia, que es consciente de que la necesita y que, tras un cambio repentino (lugar de trabajo, enfermedad de un familiar…) no puede acudir a terapia tal y como estaba planificada pero manifiesta la necesidad de no perder sesiones. A este tipo de pacientes hay que darle todas las facilidades para pasar terapia que estén en nuestra mano porque ellos mismos se autoexigen al máximo para poder acudir a las sesiones.
La eficacia terapéutica está al alcance del paciente que desea alcanzarla
En resumen, ¿eres peor terapeuta si tus pacientes te abandonan? No. ¿Eres mejor terapeuta si tus pacientes son fieles? Tampoco. ¿Quién es mejor terapeuta? En mi opinión, aquel que hace todo lo que está a su alcance y aquel que filtra a sus pacientes, es decir, que trabaja sólo con gente altamente motivada. No obstante, que tire la primera piedra el terapeuta que ha iniciado terapias a sabiendas de que esa persona no tiene la motivación necesaria pero que, de todas formas, ha intentado ayudar porque lo necesitaba.
Es lo que me gusta de la terapia. Es un proceso contínuo de descubrimiento propio y del paciente. Nos enseña que nunca sabremos todo. Siempre habrá pacientes que contra todo pronóstico demuestren una falta de voluntad terrible, mientras que también habrá gente que te sorprenda. Y, sobre todo, en cada proceso el terapeuta se redescubre a sí mismo y se pone en situaciones nuevas que le hacen obtener un trazo más firme sobre el trazo que es su figura profesional.