Situaciones que te desenmascaran

Esta mañana acudí a una oficina de empleo a solicitar información y pude ver un panorama en el que la tensión se palpaba. Grupos de personas con las mirada perdida en el infinito y con un pensamiento en la cabeza: “Quiero un empleo”. No sólo la mirada reflejaba esto sino también la postura (posturas cerradas: brazos, piernas cruzadas), inclinación corporal (hombros encogidos los que parecía que llevaban más tiempo en desempleo y postura desafiante quienes estaban más hartos de su situación y por frustración más se quejaban abiertamente de ese momento tan difícil) y, sobre todo, entonación.

En este océano de información es fácil dibujarnos a cada uno de nosotros. Es fácil detectar quién necesita algo. Es una situación de indefensión la que se vive y, por tanto, hace que todos seamos más receptivos ante un posible estímulo que rompa esta dinámica. Esto es lo que me ha pasado esta mañana.

Haciendo espera a mi turno me ha hablado otro señor que estaba esperando. No habremos hablado más de 2 minutos pero a continuación, antes de despedirse, me ha invitado a tomar un café cuando termináramos. Por educación he aceptado. He pensado que por qué no hablar con alguien que parece agradable si no tenía una tarea urgente que llevar a cabo en ese momento.

Rápidamente, tomando el café me he dado cuenta de que este hombre estaba actuando conmigo no por lo que era yo, sino por lo que no era. No fui frío ni distante con él, lo que para él se tradujo en que era cercano y cálido (véase la diferencia entre no ser algo y serlo, no es lo mismo definir por algo que por oposición a algo) y me trató como tal. Ese trato me incomodó tras un tiempo continuado, ya que me trataba como si hubiéramos hablado anteriormente. Se apreciaba una incongruencia entre lo dado y lo recibido. Lo achaco a la necesidad de esta persona (de conversación, de comprensión, de tener a alguien que le brinda un buen trato cerca).

El punto de mayor disrupción se produce cuando esta persona (tras haber hablado unos 15 min. desde que intercambiamos una palabra por primera vez) me pide mi teléfono. Dudando, le doy un teléfono mío pero no el personal que tienen sólo mis allegados más próximos. Nos despedimos y a las 2 horas me llega un sms suyo saludándome. Una hora más tarde me llama y me deja un mensaje en el contestador de voz.

¿Observáis la incongruencia? Las situaciones que nos hacen sentir vulnerables nos hacen buscar desesperadamente cobijo, algo de seguridad. Este señor no actuaría así si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias. En ocasiones las circunstancias estropean las relaciones.

 

1 Comentario

  1. Hola, gran entrada y muy bien escrita…pero…vamos, tu y yo sabemos que quería ese señor…ya te dijo tu madre que no aceptaras cosas de desconocidos.

    Saludos

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