Exclusiva: capítulo del nuevo libro de Rosetta Forner

Muchos de vosotros ya conoceréis a Rosetta Forner entre otros motivos porque desde la Revista siempre hemos hablado de ella mucho y bien.

Ahora Rosetta presenta su nuevo libro El secreto está en el genio y ha querido brindarnos en exclusiva un adelanto de uno de sus capítulo.

Muchas gracias hadadas, Rosetta!

 

Extracto del libro

EL SECRETO ESTÁ EN EL GENIO

Autora ROSETTA FORNER

www.rosettaforner.com

Editorial RBA

 

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El precio de la corona

 

 

“Las cosas más reales son aquellas que no podemos ver”

Película: Polar Express, 2004

 

 

CUANDO UNA REINA-UN REY DECIDE ASUMIR QUE LO ES.

 

En mi andadura como comadrona del espíritu humano he de contarte que he conocido a muchas mujeres que se creían reinas, cuando en verdad eran simples damiselas de diadema floja flojísima (a esto he decidido catalogarlo de “la paradoja de la corona”). Por el contrario, se da el caso de auténticas reinas a las que les habían contado el cuento de que eran damiselas haciéndoles creer que se les había subido a la cabeza la endeble diadema.

¿Cómo fue posible esto?

Les dijeron una y otra vez que eran unas prepotentes que se creían superiores, diferentes y mejores que el resto. Lo cual no era verdad. Sin embargo, ellas se habían tragado el anzuelo del mobbing desestabilizador de coronas regias.

No es fácil ser reina, como no lo es ser rey en un mundo donde abunda numéricamente la mediocridad. Creo que ya conté que, en mi opinión, la mediocridad es el resultado de no atreverse a brillar la luz que uno es. Obligarse a ser un clon social políticamente correcto que se ajuste a los deseos del status quo es un precio demasiado alto para cualquier alma. De tanto fingir que se carece de talento, luz propia, singularidad y alma uno acaba por creérselo y, consecuentemente, acaba actuando como tal. Ya sabemos que las personas creen que sus comportamientos son su identidad. Por consiguiente, si se comportan como si careciesen de talentos, capacidades, recursos… así será. Acaban convirtiéndose en personas que carecen de aquello que está y no está presente en su conducta, lo cual les lleva una realidad virtual de sí mismos, a saber: identidades vacías de sentido anímico, presas fáciles de los demagogos de turno, susceptibles de convertirse en los esbirros de los fanáticos que establecen las reglas de un juego anulador de las identidades y fomentador de una sociedad secta.

Las sectas son esas asociaciones de personas o grupos cuya identidad grupal se constituye sobre las bases de la erradicación de los yo individuales. La anulación del yo (identidad) de cada uno de los miembros es lo que posibilita la existencia de la secta (ésta bien puede ser un equipo de trabajo, una familia, un partido político, un grupo de amigos…). Lo contrario, es decir, un grupo social vertebrado y sustentado en la existencia y pervivencia de las diferentes singularidades de los Yoes que conforman el grupo, es un grupo sano, democrático, psicológicamente maduro, donde cada uno de sus miembros mantiene su identidad porque eso es precisamente lo que da vida y enriquece al grupo. Un grupo o relación así es la que fomenta, añora y buscan las reinas y los reyes del mundo. Relaciones donde su identidad singular sea bienvenida precisamente porque da luz a la relación, a la par que es la piedra angular de la genialidad, de la posibilidad de crecimiento y desarrollo de la relación en sí misma.

Una reina, un rey… saben que sólo las relaciones laborales, personales, familiares, románticas, matrimoniales, parejiles donde la libertad de ser uno mismo sea el “mandamiento” o la condición sine qua non, es la que les conviene. Lo demás son zarandajas, tonterías, grupos de disimulado sectarismo y alienación de la singularidad, donde tarde o temprano la infelicidad arrebatará al alma su latido.

Como decía, existen muy pocos reyes y muy pocas reinas, comparados con la millonada de mediocres que pueblan el planeta. Ahora bien, depende de uno la decisión de dejar de ser damisela o caballero de oxidada armadura para incorporarse a las filas de los egregios del mundo. Una decisión no exenta de sacrificios, riesgos y esfuerzos. Una decisión que no todos están dispuestos a asumir pues querrían poseer lo que un rey o una reina sin tener que pagar el precio.

Imposible.

Ser reina o ser rey, cuesta lo suyo.

Muchos serán los llamados, pero pocos los escogidos.

Por mi castillo de hada madrina (ya sabemos de mi función como comadrona del espíritu humano), han pasado muchas mujeres y muchos hombres que, a pesar de tener un magnífico potencial para convertirse en reyes y reinas, no lo lograron.

¿Por qué?

Se asustaron cuando vieron el “precio”.

Hablando del ‘precio’…  Éste es un buen momento para hablar de ello.

¿Qué quiero decir cuando digo ‘precio’?

El precio no es literal si no simbólico, aunque a veces sea incluso literal. Ese precio simbólico es real, quiero decir, que aunque uno no pase por la caja literal (dinero), si pasa por la existencial. Las variables que integran el “precio” son diversas y varían según la persona, a saber: pareja, sociedad, sombra, ostracismo, renuncia, cambios, cambio de creencias, escala de valores, posibilidades, control, miedo, talentos, recursos…

Pondré un ejemplo para ilustrar esto. Una de las muchas mujeres, que un día me llamó con la sana intención de que ayudase a nacer a su espíritu, era una psicóloga de carrera y de profesión adjunta a la dirección de recursos. Su puesto de trabajo estaba en la sucursal (las oficinas centrales estaban en la capital del país). Su área de competencias incluía el impartir cursos de formación para la compañía (directivos y comerciales) o la subcontratación de otros profesionales, la aplicación de las directrices decididas por la dirección de RRHH a nivel nacional, y la implementación de los planes de formación o de la propia área de RRHH. Ella quería aprender nuevas técnicas para poderlas enseñar a los empleados de la compañía, si bien era consciente de que estaba entrenando a los directivos en aspectos que ella sólo dominaba sólo a nivel teórico pero “no caminaba” en la práctica, es decir, era consciente de su incongruencia y por un momento intentó paliarlo. Descubrimos que no se atrevía a hacer cambios en su vida, motivo por el cual no había abandonado su puesto de provincias y se había trasladado a la central.

¿Miedo a qué?

A deshacerse de un matrimonio que no funcionaba ni había funcionado nunca. Aunque esto era la fachada de su excusa. En verdad ella no temía divorciarse. Eso era la tapadera. Mientras permaneciese casada podría contarse a sí misma la milonga de que no se trasladaba a la central por no abandonar al buenazo de marido con el que llevaba casada años, y con quien tenía la vida muy bien organizada (la soledad estaba al otro lado de la valla protectora que era el matrimonio). Ella se lo había creído. Y se lo hacía creer a todos… ¡menos a mí!

No es que yo lo adivinase desde el principio, simplemente no me creí lo que me contaba. Había en ella un exceso de, digamos, humildad y bondad a partes iguales: ella era muy considerada y no quería abandonar a su marido que no le había hecho nada malo nunca y con quien iba de viaje –a ambos les gustaba mucho viajar-. Igualmente, ese “exceso” alcanzaba a su trabajo: parecía la típica mosquita muerta que nunca ha roto un plato, de la que te puedes fiar pues es la colaboradora fiel (y lo era, aunque con matices), abnegada, estudiosa y comprometida con la compañía. “Algo me olía a contradicción”. Hasta que logré descubrirlo para podérselo mostrar a ella y darle la oportunidad de decidir qué quería hacer con ello y cómo quería usarlo para evolucionar. A lo qué, en verdad, tenía miedo era a mostrar su talento. Le horrorizaba ser el blanco de las críticas. Al mostrar su verdadera identidad se hubiese quedado expuesta al ostracismo.

Si desplegaba sus alas… ¿qué hacía con el marido?

¿Cómo se sentiría él?

Ella no quería que él se sintiese inferior a ella, razón por la cual había escondido su talento. No quería ser abandonada, no quería hacer cambios, no quería arriesgarse a vivir… Prefería malvivir su vida, es decir, vivirla acorde a un guión de mediocridad auto impuesto antes que enfrentarse a la soledad y la posibilidad de triunfar.

 

EL TRIUNFO DA PÁNICO.

 

Al fracaso no le teme nadie. Es al éxito a lo que verdaderamente teme la gente.

El triunfo trae consigo un “kit” que no todo el mundo desea. 

No olvido que anteriormente dije que mucha gente con tal de triunfar coge cualquier “ascensor rápido a la cumbre”. Creo que lo qué busca esa gente no es el triunfo sino el poder del triunfo, que son cosas bien diferentes. Si lo que se anhela es el poder el triunfo es la llave de acceso al mismo, y nada más.

¿Por qué?

Sencillamente porque éste es asumido como el mal menor para acceder al objetivo.

El poder tiene connotaciones, esto es, una suerte de identidad de la cual carece el triunfo per se. El poder tal y como lo entiende la mayoría de la gente significa: “poder hacer lo que la mayoría de la gente no puede hacer sin tener que pagar el precio; que los demás te sirvan y te reverencien; te abran las puertas del club de los poderosos –aquellos que deciden los destinos de otros-; que los demás te consideren poco menos que un dios y te adoren fanáticamente…”

El poder no está directamente relacionado con el talento natural… sino con las artimañas y las argucias para hacerse con la “herramienta que permite someter a otros”.

El triunfo tiene que ver con alcanzar metas, lograr hacer realidad sueños, conseguir objetivos.

Cuando uno ha logrado su sueño aparece la gran pregunta: “Y, ¿ahora qué?”

Las mieles del éxito son adictivas: nada es igual después de haber logrado un sueño.

El triunfo está relacionado con el talento natural, y triunfar supone mostrarle al mundo que uno lo tiene, lo cual no tendría que representar ningún problema a no ser que fuese porque significa estimular las glándulas salivares de la envidia. Recordemos que mucha gente vive su vida mediocridando (de mediocridad) sus capacidades, talentos y dones, sintiéndose víctimas de un destino caprichoso que no les invitó al festín ni les guardó un trozo del pastel sino migajas que a penas les “taparon ni un agujero de muela”. Los perdedores siempre tienen una excusa, y la suelen lanzar cual proyectil contra aquellos que osan triunfar, o sea, mostrar que se puede si uno quiere, está dispuesto a esforzarse y asume la responsabilidad. Mucha gente sabe que se topará con muchos que no le perdonarán el haberles mostrado que ‘si uno quiere, puede’.

Por consiguiente, mucha gente teme el significado y las consecuencias de triunfar.

Si pierden siempre tendrán una excusa. Lo cual, al parecer, es mejor que triunfar y tener una responsabilidad.

Perder supone tener a mucha gente alrededor bien consolando al perdedor, bien quejándose en coro y lamentándose de lo “dura que es la vida, lo difícil que es todo y los obstáculos que salen en el camino… Ergo, hay que tener mucha suerte”. ¡Con la suerte nos hemos topado! Los triunfadores, los que logran sus objetivos, saben que la suerte no existe. La suerte es el resultado de muchos ensayos, errores, análisis y rectificaciones, nuevos ensayos, otros errores, nuevos análisis, nuevas estrategias, nuevos ensayos…, o sea, una cadena de “TOTE’S” (Test Operate Test Exit: Testar Operar/Poner en práctica, Testar, Salida/Lo conseguí) o de TOFFe’s (Test Operate Failure Failure: Testar Operar, Fracaso, Fracaso…)

La suerte es la excusa preferida por aquellos que se rindieron fácilmente al primer intento fallido. Tras el primer intento no lograron su objetivo, tiraron la toalla.

Perseguir el éxito nos pone frente a frente con nuestra “Sombra” (término jungiano que se refiere a todo lo negado en nosotros mismos: experiencias traumáticas, capacidades ignoradas o proscritas, talentos vilipendiados, dones legos…, creencias de referencia externa pero que usamos como si fuesen verdad, antipiropos que nos regalaron los sponsores negativos que pasaron por nuestra vida…)

Cuando decidimos ponernos la corona, esto es, ir a por uno de nuestros sueños nos topamos con muchos “obstáculos” en el camino. Por regla general se trata de gente que a modo de sponsores negativos o “enviados del demonio” se dedica a decirnos (cual oráculo de los dioses) que nunca lo lograremos, que no nos lo merecemos, que nos falta talento o que el nuestro no es el que buscan, que somos demasiado esto o lo otro, que nos falta esto o lo otro… Estos son los demonios a los que se teme enfrentar en el camino del triunfo. De ahí que mucha gente prefiera ahorrarse el paseo por el camino del éxito.

Leí en un libro que un hombre le preguntó a un sabio “¿por dónde se iba al éxito?” Éste, sin decir palabra, levantó el brazo y señaló en una dirección. El hombre partió raudo en esa dirección, pero sólo halló obstáculos: disparos volaron sobre su cabeza, minas explotaron bajo sus pies, proyectiles pasaron rozándole… Magullado y disgustado regresó junto al sabio, estaba seguro de haber entendido mal. De nuevo le preguntó en qué dirección se hallaba el éxito. Y de nuevo el sabio le señaló en la misma dirección sin decir palabra. El hombre para allá que fue convencido de que esta vez si que alcanzaría el éxito. Pero de nuevo sólo se tropezó con obstáculos bajo la forma de bombas, granadas, torpedos y pedradas. Magullado y mucho más disgustado regresó junto al hombre sabio. Le exigió que esta vez le hablase, y le dijese con palabras en qué dirección estaba el éxito. El sabio volvió a señalar en la misma dirección sin decir ni palabra. El hombre se enfadó, le dijo que en esa dirección no podía estar el éxito. El sabio volvió a señalar en la misma dirección. El hombre le exigió que dejase de señalar y le hablase. El sabio por fin habló y le dijo: “El éxito está ciertamente en esa dirección… sólo que viene después de los obstáculos”.

Los obstáculos en sus variadas formas, modelos, colores, sabores y olores… son lo que los perdedores quieren evitar, mientras que los ganadores los aceptan como parte del proceso o de la “receta para triunfar”. Es más, disfrutan con los mismos, ya que sin ellos la aventura no sería lo mismo.

Experimentar es lo que hacen los que se adentran en el territorio del triunfo.

Y ya se sabe: los experimentos se sabe cómo empiezan pero se desconoce el resultado… la primera vez. Porque en las siguientes intentonas uno ya ha acumulado –o debería haberlo hecho- experiencia y al menos sabe “cómo no hay que hacer” para lograr el resultado deseado. Por eso mismo, Thomas Edison contestó que no había tenido “x” fracasos cuando trataba de inventar la bombilla eléctrica, sino “x” maneras de no hacer una bombilla eléctrica.

La comodidad es algo que no existe en la agenda de los ganadores. No les importa hacer lo qué haya que hacer con tal de lograr sus metas.

 

Los sueños se hacen realidad cuando se está dispuesto a pagar el precio que se tiene que pagar para conseguirlos.

 

Cuando uno se significa, se desmarca del resto de la manada. Se pone en el ojo del huracán convirtiéndose en un blanco perfecto de las frustraciones de todos aquellos perdedores que sueñan con triunfar pero sin el precio pagar. El ostracismo no es agradable. A todos nos gusta que nos amen, que nos aprecien y nos admiren. Por consiguiente, ¿cómo vamos a exponernos a la envidia ajena si queremos que nos amen? Mejor nos quedamos entre bambalinas y que salga otro al escenario. Eso sí, no salir a escena supone no arriesgarse a triunfar… pero eso no importa porque estamos manteniendo a raya a los fantasmas del ostracismo, y a los de la crítica celosa y envenenada de celos de los propios y ajenos.

En una sociedad donde el victimismo y la vulgaridad es lo que se lleva, ¿a quién le interesa ir de fuerte y triunfar desde los méritos, el esfuerzo y el talento propios?

A casi nadie.

Simplemente, porque si uno se lamenta y se arroga el ser víctima de algo, o se vulgariza tiene garantizado que logrará “triunfar pero sin tener que pagar el precio del ser envidiado por los demás. Precisamente, porque es una víctima, los demás le auparán. A las víctimas hay que compadecerlas, mientras que a los triunfadores-fuertes hay que eliminarlos de la escena.

Las damiselas de diadema floja y los caballeros de oxidada armadura lo tienen muy fácil. ¿Para qué iban, pues, a ponerse en el ojo del huracán esforzándose por lograr su corona? Ni hablar.

Es mejor que les coronen porque se lo “merecen” a raíz de que algún “ogro” les arrebató “algo”. No importa si las masas les olvidan con la misma facilidad con la que les auparon al carro del éxito. Al fin y al cabo, ya se sabe que éste es caprichoso. No obstante, esto se parece más al poder que al hacer realidad los sueños del alma.

En una ocasión una periodista le preguntó –fue más un desafío que una pregunta- a una escritora amiga mía cómo era posible que ella escribiese sobre el éxito si ella no aparecía en las revistas ni era noticia en el telediario… Mi amiga le respondió que el triunfo del que ella hablaba era uno bien diferente: “Yo me refiero a triunfar como ser humano, a hacer la vida que uno quiera, ser libre, ejercitar su talento, vivir según su código ético y sus creencias…” Obviamente, la periodista no supo que replicarle pues no creo que se esperase semejante respuesta.

El camino del triunfo está plagado de obstáculos… si así se quiere ver. Porque bien pueden verse como parte del paisaje, o como simples características del camino. Pensemos en el Gran Cañón del Colorado (ese que está en EEUU).  Si uno se plantease los 600 kilómetros de carretera que hay desde Los Angeles, o los “taytantos” desde cualquier otro sitio, las millas que se tienen que hacer para poderlo contemplar desde diversos puntos de observación, la buena forma en la que hay que estar para bajar hasta el nivel del río Colorado (además de llevar víveres, agua y tienda para pernoctar ya que hacer la subida y la bajada en un solo día… es sólo para expertos montañeros), levantarse a las cuatro de la madrugada si se quiere ver la salida del sol en verano –para lo cual hay que quedarse a dormir en alguno de los campgrounds/National Forest  o en alguno de los carísimos hoteles-; y volver a hacerse unos cuantos centenares de millas si se quiere cruzar a Utah para contemplar el cañón desde su ladera norte… A  buen seguro que muchos no irían nunca: no es un parque que esté en la esquina de tu casa. No obstante, no creo que nadie de los que un buen día decidieron ir al Gran Cañón fuesen a pensar en todo “ese esfuerzo”. Seguro que ellos tan sólo deseaban conocer esa maravilla de la naturaleza. El resto, era simplemente el “peaje”. Un peaje que merece la pena por la grandeza y la magia que supone respirar y contemplar el Gran Canyon (doy fe de ello, he ido en dos ocasiones).

Querrás saber qué fue de aquella mujer.

Respuesta: lo que suele ocurrir con las personas que optan por seguir ocultas y disimuladas entre el rebaño, o sea, que desapareció de mi consulta alegando que “tenía mucho trabajo y no podía seguir viniendo”. Lástima, una reina menos que no tendrá el mundo. Como ella hay muchos y muchas, hombres y mujeres que anhelan cambios en sus vidas, que desean una vida diferente pero no quieren pagar el precio del esfuerzo y la responsabilidad del plan. En vez de ello, se dedican a esperar ‘un milagro sucedáneo’, o sea, esperan que se den una de las siguientes situaciones, a saber:

1-      que a base de lamentarse y lamentarse, quejarse y más quejarse… se abra un agujero en la tela del destino que se trague todo lo “malo” de sus vidas

2-      que aparezca un hada madrina que agite su varita mágica y ¡zás! cambie el panorama en un plís plás (para eso están las hadas madrinas)

3-      que las cosas cambien por sí solas, esto es, “si espero un poco más, si me armo de paciencia a lo mejor todo cambiará con el tiempo…”

4-      se dediquen al alucine gratuito de “chutarse dosis de fantasía congeladora de las meninges y las neuronas estratégicas”, que viene a ser lo mismo que contarse milongas: “si me toca la lotería…”, “si encuentro marido rico…”, “si mi ex amante deja a su marido y se viene conmigo”, “si mi jefe se larga a otra compañía y a mi me ascienden a director…”

 

Nadie nos obliga a conseguir nuestras metas, o las supuestamente nuestras.

Nadie.

¿Nadie, estás segura? Te oigo más que preguntar protestar.

Nadie, nadie, no… A no ser que eso llamado sociedad sea una forma disimulada y subliminal de “nadie”. Lo cierto es, que lo es. O sea, que aunque aparentemente no nos obligue nadie la verdad es que sí que se nos “empuja”, “condiciona” o “anima” a ir en pos de una zanahoria de inalcanzable mordisco, por la sencilla razón de que es la sociedad la que tira de la zanahoria para que nadie la alcance jamás. A la sociedad no le interesa que existan los seres humanos felices, satisfechos, responsables y libre, razón por la cual se las ingeniará para hacerles sentir frustrados y que piensen que sólo la diosa “suerte” –caprichosa, banal, alocada y ciega-, es la que decide quién entra en el reparto de los boletos de los sueños hechos realidad. Si se llegase a saber que existe otra realidad, la sociedad entonces tendría que reestructurarse, disolverse o cerrar por quiebra. Y los amos del mundo no están dispuestos a que esto suceda. Al fin y al cabo, hay una masa crítica más que suficiente que retroalimenta creencias de cuya existencia depende que el poder siga en manos de esos “amos del universo” sin que se note. Esa masa crítica piensa (creencias) cosas tales como:

          Los pobres de la Tierra seguirán siendo pobres. Para que existan los países ricos, han de existir los pobres.

          Sólo los ricos tienen derecho a la felicidad

          Los hombres son los que tienen el mando de las empresas, de los gobiernos… etcétera en sus manos.

          Las mujeres siempre lo tienen más difícil

          El origen social determina el destino

          A cierta edad ya no sabes dónde ir… si te despiden te quedas en la cola del paro de por vida.

          Las mujeres tienen instinto maternal.

          Una mujer sin hijos no se ha realizado.

          Los hombres son unos egoístas y huyen del compromiso.

          Los de tal o cual raza… no son de fiar.

          En una catástrofe, los pobres se llevan la peor parte.

          La suerte es para los privilegiados que tienen “contactos”.

          Has de aparentar riqueza, si no muestras tu éxito es como si no lo tuvieses

          Las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres: ellos tienen pareja, hijos y carrera profesional. Mientras que ellas o tienen carrera profesional o familia, pero no ambas cosas a la vez.

          A partir de cierta edad las mujeres se hacen invisibles.

          En las empresas no contratan a mujeres para puestos de dirección.

          El talento es sólo para unos pocos…

          No conoces a nadie, ¿cómo vas a conseguir que te contraten como bailarina, cantante, pintor, escritor, periodista, creativo, informático…?

          Muchos no lo lograron… ¿Por qué lo ibas a lograr tú?

          ¿Cómo vas a pagar esto a tu edad…?

          Si a tal edad no te has casado, te quedas para vestir santos.

          Una mujer inteligente asusta a los hombres

          Los hombres las prefieren tontas

          La belleza física es lo que cuenta.

 

No pienso continuar con la lista, considero que basta con esta muestra. Lo cierto es que si uno opta por prestarle oídos a lo qué dice la sociedad en cada momento no iría a ningún sitio excepto allí hacia donde le indicase la sociedad. Unos a otros nos hacemos la vida imposible… Aunque puede que sea el miedo el que nos impulse a ello, es decir, que unos pocos no tendrían semejante grado de poder de no ser porque cada uno de nosotros nos auto convenciésemos de que “si no hacemos lo que se nos indica seremos castigados”. Baste sembrar la semilla de la duda, abonarla con miedo y ya está listo el caldo de cultivo para cualquier manipulación con efectos a gran escala y efectiva.

El alma parece no existir pues queda al margen de toda discusión y solución. Excepto que se trate de un grupo espiritual o religioso, el tema del alma no se abordará. Hay quien opina que el mal (fallo) de la psicología tradicional es que no tiene en cuenta al alma, trabajando sobre el área de la conducta como si al modificarla se solucionase de verdad el problema, cuando el origen o causa del problema está en el alma, o más bien en la exclusión del alma de la vida humana. Si el alma estuviese invitada a la fiesta, a buen seguro que el resultado sería muy distinto ya que tendríamos humanos y no humanoides, un planeta de seres libres y responsables de sus destinos, amantes de sus talentos y porteadores de sus capacidades.

Si el alma ha quedado al margen, asimismo ha quedado la magia. Basta con mirar los semblantes la gente: carecen de luz, que es una forma de decir que “se han desconectado de su niño interior”, y el niño interior es el guardián de las puertas del cielo…

La magia es la expresión creativa del alma, la forma que tiene ésta de vaciarse en la personalidad humana y mostrar su rostro al mundo. La magia nos mantiene vivos, a salvo de las muchas y variadas tormentas que acechan en el mundo. La magia no es lo mismo que fantasía alucinógena basada en la escisión del animus y el anima. La magia es la cocina del alma.

Recordemos la expresión que asoma al rostro de los seres humanos cuando son niños: alegría, sorpresa, ilusión, certeza, tranquilidad, esperanza, agradecimiento… Parecen mágicos. Se sienten a salvo, protegidos y sosegados. Nada perturba su sueño. Sin embargo, en cuanto crecemos se nos arrebata la magia para que así podamos ser maleables y conducibles hacia la prisión humanoide.

La magia conlleva dignidad, y quien se siente digno de sí mismo sólo corona quiere llevar.

La corona tiene su precio, ¿estás dispuesto/a a asumirlo?

Ahora ya sabes que nadie nos hace nada que no le permitamos.

Ergo si permites que la sociedad te “lave el cerebro”, ya sabes que estarás promoviéndolo. Si por el contrario quieres asumir las riendas de tu triunfo, ya sabes que estarás promoviendo la asunción de tu destino y el fortalecimiento de tu dignidad.

 

 

“Las mujeres se han minusvalorado, escondido, avergonzado, aniquilado, asustado.. demasiado y demasiadas veces. Como víctimas de sí mismas se han recluído en la habitación de la queja en espera de que venga un “caballero de armadura reluciente a rescatarlas”, ¡ilusas! El Caballero no vendrá nunca, y si viene lo hará para mandarlas, decirles lo qué tienen que pensar y hacer, y mantenerlas bajo su yugo (“el que paga, manda”). Mantenidas de hombres que las consideran obligadas a cuidar del hogar, darles hijos e ir un paso por detrás, eso sí, cogidas del brazo (son “señoras de…”) para acompañarles a todos esos eventos sociales en los que queda muy bien llevarse a la “legal” (para el solaz y disfrute ya está “la otra”… que no es sino otra mujer entretenida en su propia inopia no dándose cuenta de que no ama ni a la una ni a la otra…)

Oh… Me imagino la cara de perplejidad y asombro de muchas mujeres al leer esto, seguro que pensaís que me ha dado una vena machista… Pues…¡No!, muy al contrario. Creo en el poder de la energía femenina (reina por igual en cuerpos masculinos que en los femeninos), pero le corresponde a la mujer en particular levantarse, ponerse a caminar hacia su destino y restituirse la dignidad, esto es, devolverle el sentido a la Mujer, devolverle la esperanza a la humanidad.

Ya está bien de alelamiento de la diadema, y fingimiento tonto, léase “esconder la corona para que ningún hombre al que le hemos echado el ojo” se asuste. Pues si se asusta, ya sabes, debe ser algún especimen de Homo… puede que el “Asustatus o el Escapatus”.

Mientras haya damiselas de diadema floja real o fingida, habrá especímenes de Homo… algo (Escapatus, Asustatus, Casatus…)”

 

Fuente: Rosetta Corner © En Busca del Hombre MetroEmocional (RBA, abril 2005)

 

Reproducido con permiso de la autora ROSETTA FORNER

 

30 mayo 2008

 

4 Comentarios

  1. A mi me parece que esta tía habla mucho pero nunca ha saltado sin red. Y SI, en las catastrofes los mas pobres se llevan la peor parte, claro que ella como se va al Gran Cañon igual ni se entera

  2. La lectura estuvo placentera, tengo en mente comprarme los libros de Rosetta! Gracias por publicar algo. Cuidate, chaooo

  3. A mi me parece que esta tia dice verdades como templos.

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