Roles tóxicos: quien busca autohomenajes

¿Qué es un autohomenaje?

Quienes me conocen saben que llevo hablando de autohomenajes mucho tiempo. ¿Quién hace un autohomenaje? Para responder a esta pregunta hay que responder antes a ésta otra: ¿Qué es un autohomenaje? Siendo incisivos, un autohomenaje es un acto que brinda una persona para recibir elogios hacia sí mismo/a. Ahora, ¿quién hace autohomenajes?

¿Qué personas recurren al autohomenaje?

Existe varias tipologías, pero a todas subyace una falta de cariño o atención. Por clasificarlas habría personas que:

– Necesitan el cariño de los demás para reafirmarse.

– Son buenos/as en algo y muestran constantemente ese “don” o “habilidad” a los demás para recibir elogios por ello.

– Deciden mostrarse a los demás con su mejor cara, demostrando lo que mejor se les da y, por tanto, aumentando su valía social. Esto implica ocultar los errores, un trabajo tan agotador como imposible.

– Tratan de hacerse imprescindibles porque siempre intenta que todos participen en lo que se le da muy bien (por ejemplo, preparar una paella) y nadie hace “eso” mejor que ellos/as.

La paradoja del autohomenajeado contínuo

Seamos honestos. A todos nos gusta recibir buenos comentarios. Si algo que hacemos nos refuerza positivamente, seguimos haciéndolo. Es la famosa ley del efecto de Thorndike, la cual se cumple a rajatabla. No obstante, podemos convertir nuestra virtud en nuestro gran problema cuando la mostramos constantemente. ¿Por qué?

Cuando nos elogian por una conducta novedosa recibimos elogios que no se mantendrán en el tiempo si no se sigue realizando siempre la misma conducta. Se da la circunstancias de que tras realizar siempre la misma conducta, ésta acaba por menospreciarse, por lo que aquello en lo que eran extraordinarias en un principio estas personas ya no les hace mejor valorados que el resto de los mortales. Por tanto, se da la paradoja de que cuanto más muestran su virtud, menos notable se hace.

Algunos ejemplos de autohomenajeados

  1. La madre que cocina muy bien y se autovalora por el grado de aceptación que tiene su comida. Vivirá constantemente pensando en agradar el apetito de sus comensales y si algún día no gusta uno de sus platos tocará el infierno con los dedos. Provocará grandes ingestas en sus comensales, que acabarán por infravalorar sus platos (si comes muy bien todos los días, te acostumbras y sólo lo valoras cuando comes fuera de tu casa, donde comes peor).
  2. El amigo que tiene una gran casa y en verano invita a sus compañeros a bañarse a su piscina, con la intención de tener un detalle con ellos que les convierta en amigos. Al principio este chico será muy popular pero tras recibir a sus “amigos bañistas” durante una temporada, justo hasta que estos se habitúen y se aburran de la piscina. Si el dueño de la casa sólo se ha preocupado de venderse como el dueño de la piscina y tratar de crear situaciones de diversión alrededor de su piscina, cuando se cansen de bañarse, perderá a sus “amigos”.
  3. La persona que siempre ha sido valorada por sus buenas notas en su vida de estudiante. Una vez que termine sus estudios primarios, luchará por seguir estudiando, de ganarse la vida en el ámbito académico para poder seguir siendo valorada dentro del mismo marco. Esa persona difícilmente se enfrentará a un trabajo fuera de un colegio, universidad o instituto. Se sentirá feliz en este terreno si consigue ser un buen profesor, un buen investigador o un buen alumno, pero si esto no llega su autohomenaje fallará. Otra forma de que el autohomenaje lleve a la infelicidad es que otra persona sea mejor en ese ámbito y, por tanto, esta persona sufrirá un profundo sentimiento de infravaloración a través del cual arrastrará a quienes le rodean.

Conclusiones

Una vez más, en el término medio está la virtud. Una persona puede ser la mejor cocinera, quien tenga la mejor piscina o la mejor estudiante, pero si sólo se valora por cómo cocina, la piscina que tiene o las notas que saca, cuando pierda este particular estatus subjetivo de valor, perderá toda su esencia y, sobre todo, toda su seguridad.

No podemos engañar a quienes nos rodean y debemos mostrarnos tal y como somos. No sólo enseñar nuestras virtudes porque no podemos deslumbrar constantemente a quien está a nuestro lado. Hay que enseñar nuestras miserias, nuestras penas y nuestros defectos… siempre que esa persona nos interese lo suficiente como para ser sinceros con ella y siempre, teniendo en cuenta, de que la persona más importante a la hora de repartir nuestra sinceridad somos nosotros mismos.

Si somos sinceros con nosotros y nos aceptamos, conseguiremos liberarnos y ser transparentes con los demás. Da igual lo que piensen, tú le das el valor a los actos de los demás y tus propios actos e ideas siempre han de anteponerse a los de los otros.

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