La proyección es un fenómeno cotidiano que experimentamos todos en nuestro día a día. Vemos a alguien y rápidamente pensamos “Es idiota”. Tal vez le conozcamos de algo, tal vez hayamos tenido una amistad con él que se ha roto, tal vez ni siquiera le conozcamos, puede ser que solamente se parezca a alguien que nos cae mal por cualquier motivo. Aun en el caso de que fuéramos totalmente conocedores de la naturaleza e historia de esa persona y pudiéramos pensar que la afirmación de que “es idiota” está argumentada sobre una sólida base con ejemplos que la , jamás estaríamos diciendo lo correcto.
La correcta exposición de ese pensamiento sería: “Esa persona me hace sentir idiota”. Piénsalo detenidamente. Haz memoria y recuerda la última ocasión en la que has calificado de idiota a alguien. Otro ejemplo: piensa en la última vez que has ido a ver una película al cine y la película te gustó tan poco y te pareció tan absurda que acabaste diciendo que el director o alguno de sus actores es idiota por hacer tal bazofia. Es un ejemplo muy claro para que veas que realmente lo que querías decir era “Me siento idiota por haber pagado para ver esto”.
La proyección es una herramienta de defensa de nuestro ego a través de la cual, en lugar de atacarnos a nosotros mismos por nuestras decisiones o emociones, decidimos proyectar esa responsabilidad sobre nuestro entorno. De tal modo, nuestro ego queda intacto y percibe el falso mensaje de “Los malos o equivocados son ellos, no yo”.
La proyección como estilo adaptativo en todas las áreas de la vida no deja de ser nocivo en cuanto supone una ruptura con la realidad y un ensalzamiento del ego hasta puntos insospechados pero que en todo caso configuran una personalidad que se relaciona con el mundo más que como persona como un juez que dictamina qué se merece el ego y qué no. Es fácil encontrar casos de proyección que derivan en fuerte necesidad de control para preservar al ego de cualquier daño externo. Por ello, en casos acentuados suele apreciarse una fuerte jerarquización social que castiga a la persona que menos aporta en el entorno de la persona que proyecta. Dicho de otro modo, si una persona no me aporta tanto como otra la saco de mi grupo social. En mi entorno sólo quiero personas que me refuercen en el nivel que mi ego considera que se merece.
Te invito a que desarrolles tu punto de vista crítico sobre las proyeccione que haces durante el día. Es esa proyección la que también puede imposibilitarte ser feliz en el ahora porque centra tus preocupaciones en proyecciones sobre otros que son incontrolables. No hay tema sobre el que sea más susceptible la proyección hoy en día que sobre el deporte y la política. Si mi deportista favorito no anota un tanto fácil le grito e incluso insulto. Esa proyección es emoción en estado puro proyectado sobre alguien que deja en claro que mi ánimo es tan frágil que depende de que un balón atraviese una red deportiva para anotar un tanto. En política sucede igual. ¿Cuántas personas hay que se desresponsabilizan y proyectan sus responsabilidades sobre una futura situación que tardará mucho en llegar? ¿Cuántas personas dicen “Si no hubiera crisis yo haría un proyecto increible y sería rico… pero así no se puede”. Este último caso sería más que una proyección una delegación de responsabilidades en factores que no controlamos. Actúa sobre la misma base de la proyección, es decir, el preservar al ego, pero tiene un mecanismo distinto.
Existe un buen documental llamado El Efecto Sombra que refleja esta situación y trata en profundidad cómo las proyecciones nos acompañan en toda nuestra vida a un nivel individual y global como sociedad. Si lo ves, te impactará ese fragmento en el que habla de cuando señalamos a alguien. En ese momento, indicamos con el dedo índice a otra persona pero con tres dedos hacia nosotros. Entonces, ¿a quién estamos señalando realmente?