Lo dejo, tengo demasiado éxito

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El 13 de marzo de 1973, Juan Rulfo desveló la razón por la que había renunciado a seguir escribiendo: “… Pues porque se me murió el tío Celerino, que era el que me platicaba todo”. Fue en la Universidad Central de Venezuela, durante una conferencia, mucho tiempo después de que el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas hubiera optado por dedicarse a la fotografía y a los guiones de cine, y fue muchas veces después de que le formularan esa misma pregunta. El mismo camino del portazo a la literatura había tomado, años antes, nada menos que Arthur Rimbaud, quien a los 19 decidió que ya había dicho todo lo que tenía que decir en poesía y se convirtió, entre otras cosas, en traficante de armas.

Tanta expectativa de la gente puede desarrollar un miedo al fracaso

Tener talento no tiene nada que ver con saber gestionar el éxito o la fama

Rulfo abandonó: “Porque murió el tío Celerino, que me lo platicaba todo”

Un rasgo de los creativos es que necesitan libertad, hacer lo que quieran

Hay quien, por un tiempo, desaparece de la fama, pero todos suelen volver

Ambos tienen algo en común: tras lograr un éxito brutal, se apartaron de la publicación de libros y procuraron permanecer lo más alejados posible de la fama. No es un caso exclusivo de los escritores. Hace un par de semanas, un prestigioso cocinero francés, Olivier Roellinger, se deshizo de lo más parecido a un nobel que se le reconoce al arte culinario, las tres estrellas que le había otorgado a su restaurante la guía Michelin. Su motivo, su muerte del tío Celerino particular, era el estrés. Declaró que había pasado “26 felices años manejando el timón de los fogones” y que ahora quería “emprender un camino diferente” con el objetivo de “mantener la pasión de vivir”.

Hace un mes, Deluxe, uno de los puntales del rock independiente español, dio su último concierto. Xoel López, el alma del grupo, se va “indefinidamente”, primero a Argentina y luego a Estados Unidos. “Necesito romper, tomarme un descanso. Estoy un poco harto de tanto rock. Llevamos tres años sin parar, más de 100 conciertos. No sé: necesito un cambio”. Seguirá componiendo, pero admite su agotamiento.

El impecable Daniel Day-Lewis, el Gerry Conlon de En el nombre del padre, que acaba de ganar un Oscar, pasó cinco años sin actuar. Aunque evita hablar de ello, se sabe que vivió en Florencia trabajando de aprendiz de zapatero.

Esta es una historia de dilatados parones o abruptos finales. Aunque los primeros son mucho más frecuentes, hablan de las dificultades de la creatividad para soportarse a sí misma y para soportar (y más aún, mantener) el éxito. Manuela Romo es autora de Psicología de la creatividad (Paidós) y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. Al investigar sobre el trabajo de los creadores, se encontró con que se trata de una actividad que exige “un enorme esfuerzo cognitivo y mental al que hay que dedicar cientos o miles de horas. Además, cuando hablamos de auténtica creación, de producir algo nuevo, la persona experimenta fases de gran incertidumbre, no sabe hacia adónde va exactamente, no hay nada definido, y, además, está desafiando paradigmas establecidos, lo que puede ocasionar rechazo o incomprensión. Por otra parte, el hecho de trabajar en soledad puede generar estrés”, explica. Visto así, se parece bastante a una especie de tortura. Sin embargo, Romo subraya que nada de esto es capaz de quebrar, por sí solo, la voluntad de un artista, un científico o un compositor. “Es su vida. Una personalidad creativa ama su trabajo, en el que a veces tiene lo que la psicología llama ‘la experiencia del fluir’: un estado de total inmersión en una tarea, estar absorbido y perder por completo la noción del tiempo”.

Rulfo o Rimbaud siguieron, en este sentido, un camino excepcional. Se esfumaron. Estaban aquejados de lo que el narrador de Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas (Anagrama), llama “el síndrome de Bartleby” en su brillante rastreo por la literatura del no y sus protagonistas, entre los que destaca.

Si se escribiera algo parecido sobre cocineros, se incluiría la renuncia de Jordi Parramón, aunque sus motivos son más claros y vitalistas. “Un día mandé un fax a los autores de la guía Michelin. Les explicaba que renunciaba a mi estrella. No lo entendieron. Me llamaron, pero no se convencían de que yo quisiera renunciar. Así que enviaron a un señor, charlamos y me dijeron que no les había pasado nunca”, cuenta por teléfono. De esto hace tres años. Ahora Parramón vive en el campo, dedicado a la fotografía. “Un trabajo así te ocupa todo el día y toda tu energía, aunque te guste mucho. Me dediqué 20 años a la cocina, nunca busqué ni la fama, ni el éxito. Cuando nos dieron la estrella, coincidió con el boom de la cocina, de Ferran Adrià. Hubo buenas críticas, llegó la prensa, me invitaban a actos. Una mañana iba en un avión hacia Milán a dar una conferencia sobre cocina, y me di cuenta de que antes de despegar sólo estaba pensando en volver. Me dije ‘¿pero dónde vas?’ y ahí empecé a plantearme dejarlo y cambiar de vida. Quería hacer más cosas. Al principio no todo el mundo lo entendió, se ve raro cambiar una vida con dinero y reconocimiento”.

Introducir la variable del éxito en la creatividad puede descompensarlo todo. Por extraño que parezca. “Ocurre cuando se orienta la obra hacia la consecución de un resultado”, comenta Javier Mañero, director de la Escuela de Inteligencia. Después de un gran triunfo, entre la crítica o el público, de un libro, un disco, un cuadro o un plato, lo más temido y estresante para el autor puede ser la pregunta: “¿Y ahora, qué?”.

“Los fracasos no cuentan excepto, si vienen después de un éxito”, asegura el escritor Santiago Roncagliolo. En 2006 obtuvo el premio Alfaguara por Abril Rojo y se adaptó al cine Pudor, su primera novela. “Cuando escribí esas obras, sobre todo Pudor, nadie tenía expectativas sobre mí. Sólo quería publicar. Se tradujo a varias lenguas, vendió. El error es tratar de hacer lo mismo para no defraudar”, dice.

No hay creatividad sin riesgo. “Es muy difícil mantener indefinidamente la admiración de los otros. Tanta expectativa de la gente puede desarrollar un miedo al fracaso que bloquea, es paralizante”, explica el psicólogo Gonzalo Hervás. En el mundo de la música esa presión es elevada.

“Después de haber sacado un disco muy potente, todos los grupos tienen ese vértigo, el de superarse. Y justo el segundo es muy complicado, porque repetir la fórmula ya no vale. Hay que igualar como mínimo, o experimentar”, explica Carlos Mariño, manager de grupos como Dover, Fangoria o Kiko Veneno. Es que “ser creativo o tener talento no tiene nada que ver con saber gestionar el éxito, y mucho menos la fama”, asegura Javier Liñán, ex director artístico de EMI España, donde trabajó con Amaral, José Mercé o Manu Chao. Ahora es manager de Los Planetas, Albert Pla y Astrud.

El escritor dominicano Junot Díaz obtuvo el premio Pulitzer -uno de los más importantes de las letras estadounidenses- en abril pasado con su novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Pero han tenido que pasar 11 años para que volviera a publicar: su anterior trabajo, una antología de cuentos titulada Drown, es de 1996, la que le convirtió en la promesa literaria de su país. En una reciente entrevista con este periódico, aseguró que ese lapso temporal “fue un infierno”. “No sé cómo sobreviví. Soy terriblemente duro conmigo mismo, padezco la enfermedad del perfeccionismo”, dijo.

La alta autoexigencia creativa puede paralizar. Pero puede que también influya el hecho de que “cuanto más tiempo pase entre una novela y otra, más prestigio adquiere la segunda”, dice Roncagliolo. Y más presión: “Si la primera novela es buena, la segunda novela, más diez años después, tiene que ser genial”. El proceso creativo no es, ni mucho menos lineal. “Hay muchos abortos”, confiesa Roncagliolo. “Y existe el terror al vacío. Puedes tirar una novela de 200 páginas. Si has tenido éxito, es parecido a una borrachera. Cuando acaba la atención sobre la obra, la promoción, llega la resaca, te preguntas si podrás hacer otra, si estás acabado… Es parte del ciclo”. Manuela Romo explica que “es un fenómeno complejo, en el que hay repetidas cumbres y repetidos abismos”.

Varios experimentos sugieren que el éxito puede fagocitar parte de la creatividad. A finales de los ochenta, la profesora de Psicología Theresa Amabile, de la Universidad de Brandeis (EE UU), trabajó con varios grupos de niños. Les pidió que dibujaran lo que quisieran. A una parte de ellos les ofrecieron recompensas por hacerlo, y a otros no. Quienes habían sido premiados presentaron los dibujos menos creativos. “Si la motivación externa, es decir, la necesidad de reconocimiento, la fama, es más fuerte que el placer por crear (la motivación interna), puede aparecer el estrés”, explica Alfredo Muñoz, psicólogo social de la Universidad Complutense de Madrid y profesor de talleres de creatividad en empresas. Ahí sí puede darse el abandono temporal para recuperar el equilibrio o la renuncia definitiva. Cantautoras como Tracey Chapman o Lauryn Hill, ex miembro de The Fugees (con los que vendió 17 millones de discos con sólo un álbum, The Score) frenaron su carrera cuando mayor fama tenían, por ejemplo.

Aunque para fobia a la fama, la del escritor estadounidense Thomas Pynchon (El arco iris de gravedad). De él apenas hay media docena de fotos de hace más de 40 años. No concede entrevistas. Lo último que se conoce de él es su voz: aparece con una bolsa de papel en la cabeza en un cameo excepcional en Los Simpson. Se interpreta a sí mismo asesorando a Marge, que publica una novela. El caso de J. D. Salinger es también misterioso. Tras la publicación de El guardián entre el centeno, una auténtica novela de culto desde el momento en que apareció (1951), se borró de la vida pública y apenas se editaron un par de libros suyos más. “Un rasgo fundamental de la personalidad creativa es que necesita hacer lo que le da la gana. La libertad, que se olviden de ellos para volcarse en su trabajo”, asegura Romo. Apenas hay compositores, escritores o artistas que no se quejen, en algún momento, de la pesadez de la promoción y la fama. Lo sufren, por ejemplo, los managers: “Es muy cansino, repiten lo mismo en las entrevistas, la gente les para por la calle, llaman 200 veces al día, aparecen por todas partes”, ilustra Mariño.

Con todo, quienes abandonan para siempre son una excepción. “La personalidad creativa siempre está produciendo, tiene una gran confianza en su trabajo y una fuerte tolerancia a la frustración, aunque se pueda resentir puntualmente”, dice Romo. Muñoz también cree que, si no es así, pierden “la capacidad de jugar, la creatividad es tan gratificante que no puede estresar”. Y quienes desaparecen un tiempo al final “siempre vuelven. Es su vida”, dice Romo.

Vía | El País

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