“Ojos que no ven, corazón que no siente”
(Refrán popular)
Me llama poderosamente la atención cómo hay personas que cuanto más las conoces más te desagradan. Esto no me sorprendería si no fuera porque son personas que conozco desde hace muchos años pero con las que he tenido un trato continuado pero breve. No se trata de un efecto halo invertido o efecto demonio porque son personas que conozco, de las que tengo información más que suficiente. Sí se trata de personas de las que no tengo datos en nuevos niveles en los que nos estamos relacionando ahora, supongo que he caido en el error de esperar de los demás lo que yo haría y eso se ha traducido en darte cuenta de cómo son realmente algunas personas.
Creo que todas las personas, en todos los ámbitos, tratamos de proyectar una imagen. El problema aparece cuando la imagen que trata de proyectar alguien no tiene una base real, no es más que una máscara que quiera aparentar. Eso es básicamente uno de los aspectos que he visto esta semana. Personas que proyectan una imagen enorme en términos positivos que se queda en un vacío vital que no mantiene ese imagen positiva en el tiempo, especialmente si incrementas el contacto con esa persona.
Una prueba que arranca cualquier máscara es la del microscopio. Cuando sometemos a alguien a nuestro microscopio le vemos mucho mejor que fuera de él y, sobre todo, apreciamos sus detalles. En la práctica, cuando vemos a alguien poco tiempo el efecto halo puede actuar para que ese vacío informativo se rellene con cosas positivas o negativas. Sin embargo, cuando convivimos con alguien el tiempo suficiente para que la gomilla que sujeta la máscara se le dé de sí y su verdadero rostro aparezca se cae el mito a la par que la máscara.
Siempre he apostado por las personas antes que por los personajes. ¿Por qué habrá tan pocos de los primeros y tantos de los segundos? Quizás, al final, sea cierta la canción